Empecé en -qué mejor lugar- la Caleta gaditana.
Gocé -una vez más- de las maravillas y mis amigos de Sevilla.
De la peculiaridad de Granada.
Aprendí permacultura y autogestión en Tarragona.
Confié amistades en Valencia.
Paseé por La Rambla de Barcelona.
Cuidé ovejas en Riudaura.
Hice el payaso en Montpellier.
Pateé el barrio portuario argelino de Marsella.
Disfruté el swing y la ópera parisina.
Quedé boquiabierto con la majestuosidad de Brujas.
Me emborraché en Bruselas.
Esquivé bicis en Ámsterdam.
Visité grandiosos museos. Dalí, Louvre, Van Gogh, Rijsk.
Pasé mucho frío ayudando en una mudanza en Hamburgo.
Me perdí en Berlín.
Coloreé mi sonrisa en Frankfurt.
Jugé al fútbol en Rosignano.
Dormí en los escalones de la catedral del Duomo de Florencia.
Participé en una librería-granja autogestionada en la Toscana.
Rebusqué en la basura en Arcidosso.
Me incendié en la historia con Roma.
Me asusté con los cohetes-bomba de los napolitanos.
Hice pizza en Cosenza.
Me perdí -deliberadamente- en Pisa.
Y recuerdo olvidar
innumerables sitios y momentos
con la compañía de mi buen amigo, su guitarra y nuestras mochilas.
Hice amistad
con quienes me recogieron en autostop,
los que me pidieron comida,
los que me ofrecieron amor,
el recepcionista de aquel sucio -pero barato- albergue,
el empático revisor de tren que me expulsó,
los granjeros de intercambio
y la reforcé
con todos aquellos que me abrieron su casa.