(galería de fotos a final de página)
En la estación de bus de Gaborone un hombre alza la voz e inicia lo que será un largo rezo. Nos esperan 8 horas de ruta hasta Maun, casi 900 kilómetros por sólo 230 pulas (19€). Durante el trayecto, unos chicos de mediana edad, sentados a mi lado, me preguntan por mi DNI y me piden fotos de España. Charlamos largo rato hasta que caímos dormidos y llegamos amaneciendo.
Un taxi me lleva desde el centro del pueblo al Okavango river lodge. Un trayecto de 15 km que recorrí en varias ocasiones, muchas veces llevado altruistamente por gente local y otras en taxi previo regateo.
El alojamiento es el más barato que encuentro (180 pulas, 15€, tienda compartida, dos camas) y el sitio es precioso. Colindante al río Okavango, dispone de todo tipo de excursiones, restaurante y hasta piscina.
Este río nace en Angola y atraviesa Caprivi (Namibia) hasta llegar hasta Maun, donde finaliza en el desierto de Kalahari. El delta del Okavango tiene una superficie entre 16.000 y 20.000 km² dependiendo de sus crecidas y es una de las atracciones turísticas más llamativas del país. Contrato una expedición con un guía que remará conmigo su canoa durante varios días por todo el delta.
Cargados de provisiones, una lancha nos recoge en el embarcadero del hotel y nos traslada hasta el «check point». Un viaje de una media hora en la que nos cruzamos garzas, cormoranes y águilas además de diminutas villas agrícolas.
El segundo embarcadero es un poblado de 300 habitantes que vive del turismo. Aquí se dan lugar los mokoros, canoas africanas de madera, el transporte de la tribu de los bavei. En ellas pueden sentarse dos personas y atrás, de pie, el barquero, que impulsa la barca con una larga pértiga cual gondolero.
Pasamos tres días recorriendo durante horas los canales del Okavango, desplegados como un abanico, zonas de apenas profundidad junto a otras caudalosas y muchísima vida alrededor. Un laberinto con palmerales a su paso, flores de loto, papiros, islotes y marismas praderas.
Disfruté la absoluta tranquilidad del silencio humano y observé la diversa fauna que me rodeaba, sólo oyendo el ruido del mokoro atravesando juncos y nenúfares y el piar de pájaros como el jaribú o el martín pescador.
Hogar de hipopótamos, cocodrilos, elefantes, jirafas, búfalos, cebras, antípoles impala, osos hormigueros, pelícanos, babuinos y hasta hienas y liacones (perros salvajes), las únicas especies que no tuve oportunidad de ver.
Hicimos largas caminatas en busca de estos animales, observando frutos y huellas y abriéndonos paso entre huesos, calaveras, enormes construcciones de hormigas y árboles baobab.
Un autentico espectáculo de naturaleza, un oasis de vegetación en el que vimos amanecer y anochecer, luna llena incluida. Cenamos siempre acompañados de una hoguera, que además de darnos calor cumple la función de espantar los animales de nuestro pequeño campamento. Concilio el sueño escuchando de fondo el campamento vecino de locales cantando y los resoplidos de un hipopótamo en el agua.
El único pero de la expedición fue que el segundo día entraron a robar en mi tienda. Rajaron la pequeña ventana mosquitera pero sólo se llevaron lo poco que había con algo de valor, mi neceser de higiene.